lunes, 20 de septiembre de 2010

Paris mon amour II: La Grande Cascade



Desde que decidimos que visitaríamos la ciudad luz para el verano, sabíamos que queríamos visitar algún restaurante con estrellas Michelín. La fecha no ayudaba bastante pues en agosto muchos restaurantes cierran por vacaciones.


Hicimos el intento en varios y al final logramos reservar en dos (la Grande Cascade y Le Bristol). Hemos reservado con muchísimo tiempo de anticipación---alrededor de tres meses---y las expectativas eran proporcionales al tiempo que hemos invertido en reservar, planear, e investigar todo lo relativo a estos dos lugares.


Así que llegó el día de nuestra primera parada, la Grande Cascade. Lo primero fue elegir la ruta y calcular el tiempo que haríamos. Llegar a la Grande Cascade no es una tarea fácil. El lugar se encuentra en el Bois de Boulogne. La manera más fácil de llegar es tomando un taxi, pero nosotros que somos turistas todo terreno decidimos explorar a pie.


Se puede llegar ahí en metro hasta la estación Neuilly-Porte Maillot, y luego---como hemos hecho nosotros---caminar. Lo que no sabíamos es que para llegar hay que atravesar TODO el Bois de Boulogne pues el restaurante queda justo al otro lado de donde está la salida de metro más cercano.


Lo anterior no hubiera sido nada especial pues A. y yo solemos dar largas caminatas a cualquier lugar donde viajamos e incluso en Madrid; sin embargo, ese día por la mañana habíamos tenido nuestra primera sesión de ejercicio en los jardines de Luxemburgo y les aseguro que caminar 4.4 kilómetros luego de haber corrido 5 no se lleva muy bien.


Total que después de mucho caminar, al final del bosque se asomó una enorme cascada y se pudo visualizar la entrada en tonos verdes y cristal de nuestro destino la Grande Cascade.


Emocionados y cansados tuvimos que esperar en una banca fuera del lugar pues llegamos casi una hora antes de nuestra cita que era a la 1:30 y nos dedicamos a mirar a las personas que en pares o grupos iban llegando al lugar.


Cuando A. pensó que era apropiado aparecer, luego de haber recuperado el aliento, llegamos a la puerta del lugar y la aventura comenzó.


En la puerta un francés muy elegante y amable nos recibió. A. y yo creemos que es raro reservar con tanto tiempo y que eso les llamó la atención; y la verdad es que hicieron nuestra estancia formidable. La mesa que nos dieron era excepcional.





El salón es un lugar pequeño que calculo tendrá capacidad para unas 25 personas y que está rodeado de ventanales que permiten mirar el jardín y la terraza exteriores.


La mesa que nos asignaron era por mucho la mejor de todas, justo en el centro con una excelente visión del exterior y de todo lo que ocurre en el salón, que es un espectáculo, la coordinación de los meseros, el maitre, el carrito de los vinos, el pan y los quesos.






Comenzamos el almuerzo con una copa de champaña y lo siguiente que acaparó nuestra atención fue la canasta del pan. Les juro que es aún más rico de lo que puede verse en la fotografía. En particular el brioche es sublime.




Una vez que nos sirvieron el aperitivo, el mesero nos dio el menú, este se componía de dos cartas, una que contenía el---digamos---menú regular y otra más pequeña que era el menú de temporada.


Hemos elegido esta última opción, ya que por una cantidad fija puedes elegir entre cuatro primeros, cuatro segundos y tres postres, elaborados con productos de temporada. Además incluye dos copas de vino. Una para acompañar el primer plato y otra para el segundo; y café.


Luego de nuestra copa de champaña y una vez elegido el menú los platos que pasaron por nuestra mesa fueron:

Amuse Bouche: Sopa de melón y empanadilla de pasta filo con relleno de cangrejo.

La sopa de melón era muy fresca e ideal para un almuerzo veraniego. En el centro una especie de aceite de menta hacía aún más intenso el toque de frescura. Sin duda un buen comienzo. La empanadilla de pasta filo rellena de cangrejo me sorprendió. Era buenísima pero no entendí su relación con la sopa de melón.


Primer plato: Carpaccio de dorada royal y melón de Provence con emulsión láctea al anís.

Visualmente una belleza; en el paladar un plato sutil y armonioso, con aceite y menta que---de nuevo--- intensificaban la frescura del plato; alrededor una emulsión láctea al anís que agregaba un toque de cremosidad al conjunto.



Primer plato: Caracoles de Borgoña en hojas de col verde con caldo espumoso al ajo de Lautrec y ralladura de trufas de estación.

Un plato completamente distinto con sabores más intensos. Una presentación muy oriental con sabores muy franceses. Uno de nuestros favoritos y de los más originales.

Segundo plato: Aigle-bar enrollado en algas Mori sobre puré de patatas glaseado con aceite de ostras y mantequilla vegetal.

Este plato era como una versión modernizada de una merluza en salsa verde con almejas y patatas. El aceite de ostras intenso; el pescado de gran calidad; las algas Mori crujientes; y el puré de patata de una textura cremosa. El conjunto daba como resultado una combinación de texturas que se extienden deliciosamente por toda la boca.





Segundo plato: Pato de Challans asado con empanadilla de muslo de pato en pasta filo crujiente y galette de maíz y duraznos blancos.

La carne se deshacía en la boca; la salsa que lo acompañaba era una especie de gravy que recogía los jugos soltados por el mismo pato. La gallete de maíz con duraznos blancos resultó una combinación muy original que aportaba un toque dulce al plato. La empanadilla estaba rellena de muslo de pato que parecía estar preparado de la misma manera que el trozo principal agregando una textura más al plato.


Postre: Brioche tostado a las especias con queso roquefort.

El brioche de especias era suave por dentro pero ligeramente crujiente en el exterior. Las especias conseguían un equilibrio tal que apenas se distinguían, de hecho la que más se notaba era la canela. En el centro tenía algunas cerezas que habían sido horneadas junto con el pan. Las cerezas le agregan al pan un sabor dulce y un aroma exquisito.

Del queso poco tengo que decir, durante este mismo viaje nos armamos---con la ayuda de una simpática chica---un tabla de quesos de la que ya les hablaré y cualquiera los quesos que probamos en la tabla me pareció mucho más especial que el roquefort de la Grande Cascade; sin embargo, vale decir que la mezcla con el pan de especias era muy acertada.


Sopa, cheescake y financiero de fresa.

Finalmente, pedimos un café que venía acompañado de este trío de mignardises. El que más nos gustó fue el cheescake de fresa, aunque, podría decir que ninguno de los tres nos impactó.

Así terminó nuestra visita a este restaurante galardonado con una estrella Michelin. Un lugar que les recomiendo visitar, pues vale la pena probar la cocina del chef Frédéric Robert, creativa y sabrosa, realizada con productos de excelente calidad en donde se mezclan sabores muy familiares de la gastronomía francesa con otros más orientales. Un verdadero placer para el paladar.

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